jueves, 29 de octubre de 2015

Mercados, ¡qué lugares!

   Desde nuestra llegada a México, los mercados han estado presentes en todas las ciudades que hemos visitado. Pero fue después de visitar el de San Cristóbal de las Casas que me he animado a escribir sobre ellos.

   En éste de San Cris permanecí más ojiplática de lo habitual, con las orejas bien abiertas para oir todo lo que allí se trataba, la nariz despejada y la boca cerrada para evitar tentaciones que nos hicieran pasar por el baño más de lo normal, como ya sucedió en Cholula.

   Se ve que el edificio central del mercado de San Cris se les ha quedado pequeño, y eso que era grande, y lo han ampliado espontáneamente con puestecillos en los aledaños. Y es allí, entre fuera y dentro, que encuentras de todo, de todo y de todo.


   Puedes comprar ropa, indígena o actual, pasando por artículos de papelería, de mercería, cacharrería, droguería, santería - donde entre santo y santa había artículos para "amarrar a alguien", literalmente dicho por la tendera- y del resto de -ías que os vengan a la cabeza.

   Hablemos ahora de la comida, de la riqueza con la que este país cuenta y de la manera de disponerla, en ocasiones ordenadita en pequeñas pirámides que recuerdan a las de sus ancestros.


   Es incaculabe el número de frutas que poseen, a cual más difícil de pronunciar y ya no te digo de memorizar: guayaba, papaya, tamarindo, toronja, guanábana, tuna, pitahaya, rambután y un largo etcétera.

   A veces te encuentras, como en el caso de los plátanos, con más clases y colores de los que nunca te hubieras podido imaginar...

Los más llamativos los rojos, que son bien dulces

 Y qué decir de esas carnes expuestas en montones, perfectamente una encima de otra, que parece que el tendero de turno las ha estado alineando como si de un taco de folios se tratara.

Filetes de res dispuestas en finas tiras dobladas

   O de los pollos, esos pollos amarillitos, bien alimentados y mejor desplumados, que hasta sin cabeza parecen estar diciéndote que los compres.

El efecto brillo lo consiguen echando agua sobre ellos con un spray
 
Los puestos de semillas, cereales y leguminosas también son dignos de admiración, y de especial estudio lo son los frijoles. Nunca jamás me pude imaginar las mil y una clases diferentes que existen.


   Para mí era muy curioso ver el cacao luciendo como uno más en el mercado. Se agradece ver este fruto con el precio marcado por el vendedor y no por un grupo de especuladores de las bolsas de Nueva York o de Londres.

   Los puros elaborados por manos artesanas y con auténtico tabaco también llamaron mi atención; tenían un color marrón, bonito, mate, nada que ver con aquellas Farias brillantes que mi tía vendía en el estanco.

   El pescado en este país se deja ver poco, muy poco, tanto en los mercados como en la mesa. Cuando lo hace en los mercados la mayoría de las veces aparece casi siempre seco, como el bacalao pá que me entendáis, y de hacerlo fresco lo hace en una zona bien llenita de charcos, para que te sientas como en el mar.


   Los juguetes se hacen su espacio entre tanta vianda. Bicicletas, caballitos de ruedas y demás familia están allí para los más pequeños, que en este país casi siempre van a la chepa de su madre o pegaditos a su pecho ayudados por resistentes rebozos anudados muy sabiamente para evitar desgracias.


   Sin embargo, lo más llamativo de los mercados de México es el márketing. "¿Qué le doy?", "¿Cuàntos le pongo?", "Pase y vea sin compromiso", "A su servicio", "Lo que desee" acompañado de una amable sonrisa. En cuanto ven que pasa por su puesto un comprador potencial, enseguida disparan alguna de estas frases para llamar su atención. Lo hacen tan mecánicamente que en ocasiones no parece que te lo estén diciendo a tí, aunque te lo imaginas. Tú para entonces ya tienes preparada la respuesta y también la sonrisa. Ésta que nunca falte.
   

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