miércoles, 28 de octubre de 2015

San Juan Chamula, lugar de culto para recordar

   Creo que nunca en mi vida he entrado en tantas iglesias como aquí en México. Pero sólo una me ha impactado como para no olvidarla jamás. Porque lo llaman iglesia, pero no se parece a nada que cualquiera de nosotros relacionemos con ese término.

   Muy cerca de San Cristóbal de las Casas está San Juan Chamula, un pequeño pueblito conocido por esta iglesia al fondo:


   De aspecto extrañamente habitual por fuera (al menos en este país), y rodeada de un extenso mercado de comida y artesanías, el interior es todavía un misterio para mí.

   El suelo está recubierto de hojas de pino frescas, como un manto o un tapiz que tiñe todo de verde. Sólo hay algunos huecos en los que se ve el suelo, de un azulejo blanco que choca bastante para ser una iglesia.

   A derecha e izquierda, pegadas a las paredes, una especie de vitrinas de madera que contenían cada una un santo o una santa diferente, siempre portando un pequeño espejo en el que reflejarte. Eso si fuera posible acercarte, porque delante de las vitrinas había enormes mesas viejas de madera haciendo de barrera y soportando los cientos de velas que la gente deja.

   Por supuesto, el resto del espacio es diáfano, no hay columnas, ni bancos, ni púlpitos; sólo el manto verde de hojas de pino y unas largas telas dejadas caer desde el techo hacia los lados.

   Al fondo del todo, un altar casi al uso, al que no me atreví a entrar, porque era tal mi estupefacción, que no pude más que sentarme en el suelo y observar.

Interior de la iglesia. No tengo fotos mejores, lo siento
    El que viene a rezar a esta iglesia lo que hace es hacerse un hueco en el manto verde y prender velas sobre el azulejo blanco, en grupos de cuatro velas, algunas de colores, hasta dejar tu espacio bien iluminado. Si vienes con tu esposa y tu niño, te haces un hueco; el que viene con 7 familiares, se sitúa en otro hueco. Nada previamente establecido. Cualquier lugar es bueno para improvisar tu propio altar de velas, a las que sumas algunas bebidas, como si fuera una ofrenda (cuando acaban se las llevan, solo permanecen las velas).

   Algunas personas oran en voz alta, pero por más que escuches, no vas a entender ni una sola palabra, porque el incesante cántico se hace en un idioma indígena. 

   También vi alguna mujer que, en algún momento, se metió un líquido en la boca y lo expulsó a modo de manguera de aspersión sobre las velas. Como éstas no se apagan, sino que más bien se avivan, sospecho que agua no es.

   Y ya, para rematar mi asombro y sorpresa, algunas personas portaban gallinas bajo el brazo para, mientras lo acompañaban de una intelegible retahíla de palabras, se la frotaban a la persona que tenían al lado por brazos y espalda mientras aguantaban al bicho de las patas y las alas.

   Y todo esto ocurre mientras los turistas entramos por un módico precio y nos paseamos discretamente por la iglesia, intentando disimular la estupefacción y mostrando el debido respeto y silencio por tal fusión de religiones o creencias.

Exterior de la iglesia de San Juan Chamula
  Una vez fuera de la iglesia, nos paseaos un poco por el pueblo, cuyas tiendas están ya lamentablemente muy enfocadas al turismo. Pero conseguimos llegar hasta el cementerio, curiosas por ser los días previos al Día de Muertos. Y la imagen fue bastante llamativa: mucha gente congregada en la puerta, tumbas cubiertas de hojas de pino y una advertencia muy seria.



Arriba una guapa chiapaneca haciendo una cenefa con las ramas de pino. Aquí abajo, la cenefa ya seca utilizada de adorno

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