miércoles, 14 de octubre de 2015

Martes y 13. No te embarques

   Valladolid, la de España, martes y 13. Cuatro de la mañana. Empieza el trayecto. Y yo tan contenta porque el bus que me llevaría directamente a Barajas, estaba allí waiting for me! o eso creía yo; pregunté al conductor si ese era mi bus y él me preguntó por mi nombre que inexplicablemente no aparecía en su lista. Imposible. El localizador tampoco aparecía. Compruebo en mi correo electrónico que he comprado el billete en la fecha correcta. Oh! No! Lo había comprado para la noche anterior. ¡Qué desastre! Afortunadamente el señor conductor, que al igual que el de la canción no se reía, me sacó un billete de la máquina mágica. ¡Qué alivio! Sobre todo porque el señor conductor en cuestión me había dicho previamente que no había sitios libres en el bus.

   Llegamos a Barajas donde un rato después recibiría la grata visita del primo Carlos que alivió mi espera y me hizo olvidar por un momento que durante nueve horas volaría por primera vez el océano Atlántico. 




    Encuentro, por fin, con la prima, que se hizo esperar. Y a volar. Nueve horas exactas y ya estábamos en Miami; en el cutre aeropuerto de Miami, quiero decir. Aquí es donde enseñas tu pasaporte 5 veces, te toman una fotografía, las huellas dactilares de los 10 dedos, te vuelven a preguntar lo ya preguntado en un test cumplimentado por internet y además van y te hacen pagar trece euros por pisar su territorio unas horas. No contentos con todo esto, va un policía federal, como los de las pelis que no veo, y me lleva a mí sola, durante dos horas, sin ninguna explicación, sin poder utilizar móvil ni cámara, a una sala con otras 100 personas de todo el mundo: unos con cara de "otra vez estos pesados", otros de "pero qué coño he hecho yo", y yo con cara de "¿sabrán estos que me pasé el BUP copiando y por eso me tienen aquí? o ¿es que saben que siempre me juré y perjuré no pisar los EEUU hasta que no se les quitara la tontería?". La duda me la resolvieron a las 2  horas, cuando otro policía federal me preguntó que qué hacía allí y si llevaba más de 10.000$ conmigo. Un cuarto de hora después, me soltó, como era de esperar.

   Mientras tanto la prima, a la que ordenaron seguir su camino cuando el poli malo me retuvo, estaba tan desaparecida como yo. Pensé que, con lo listica que es, habría seguido el camino de baldosas amarillas hasta la puerta de embarque con las dos maletas. Allí me dirigí entonces, ya con el tiempo justo para coger el vuelo, cuando de repente oí por la megafonía del aeropuerto mi nombre. Completo, cual estrella de cine.

   En la puerta de embarque estaba la prima moviendo Roma con Santiago para dar conmigo. Un gran abrazo al vernos antes de embarcar en el vuelo que nos sacaría de Gringolandia, sin saber si  mi maleta también habría embarcado. Pero eso era lo de  menos.

   Aterrizamos en México DF, donde todo el mundo te sonreía. Directas tomamos un taxi seguro hasta el hotel, y a descansar. Mañana será otro día, ya en México lindo. 


1 comentario: