sábado, 31 de octubre de 2015

Mónica y Don Tito

   Uno de los grandes avances de las nuevas tecnologías es que puedes conocer a gente de cualquier parte del mundo que de otro modo sería imposible de conocer.


   Éste es el caso que nos ocupa hoy. El de dos personas, Don Tito y Mónica -padre e hija- que no hubiéramos conocido nunca de no haber sido por el milagro de Internet.


   Un buen día te pones a navegar en la red, buscas proyectos sobre chocolate y aparece uno cuyo nombre te llama la atención "La broma de Teo", original denominación de un proyecto de chocolate en México que da una vuelta al nombre científico del árbol del cacao "Theobroma cacao". Lo busco en Facebook y me hago primero amiga y luego "fanS" de ellas, sin saber, ni siquiera imaginar este viaje a México. Voy siguiendo sus publicaciones hasta que un día surge lo de venir a este país, a su país, y contacto con ellas para ver si conocen a algún productor de cacao. Y es sólo entonces cuando aparece el nombre de Mónica, una joven productora del alimento de los dioses en la zona de Pichucalco, al norte de Chiapas.

   Tras hablar con ella, amablemente se ofrece a que visitemos una de sus plantaciones. Dicho y hecho. La prima y yo nos ponemos en camino, en camino tropical.

   En la estación de colectivos Mónica nos reconoce a la primera, como no podía ser de otra manera -aunque la prima se empeñe en creer que aquí en México pasamos desapercibidas, como unas mexicanas más, de ahí que en cuanto te despistas te la encuentras hablando con acento mexicano para hacerse pasar por una local. Desternillante. La verdad es que el acento lo clava, pero ese flequillo, las pintas de turista y el color de piel la delatan. - El caso, que enseguida nos subimos en su carro directas a uno de sus ranchos. 



   El calor en este clima, y más para una castellana como yo, es insoportable, como si te faltara el aire. Pero en la plantación es aún más. A esto se le añaden los cientos de mosquitos que revolotean a tu alrededor deseando hincarte el diente. También insoportables. Siguiendo los sabios consejos de Mónica antes de ir, nos cubrimos el cuerpo entero, con lo que el calor era aún mayor y nos impregnamos de repelente de mosquitos, pero éstos no parecían darse por aludidos.


   La ilusión por conocer de primera mano algo que llevaba tanto tiempo leyendo en manuales y viendo en fotos, enseguida hizo que me olvidara de los aspectos externos para centrarme solo en lo importante: el cacao. Por fin vi un cacaotal, un cacaotero, una mazorca de cacao en el árbol y recién cortada, un machete, un secadero de cacao, un trabajador de una plantación y hasta me hizo ilusión ver a la famosa mosquita del cacao; esa guerrera incansable es la encantadora trabajadora que poliniza las hermosas flores del cacao. Sin su colaboración no podríamos degustar nuestro querido chocolate.


   La interesante explicación de Mónica se hizo breve, entre otras cosas porque el estar allí era difícil de soportar, porque la charla seguiría en su casa y porque ella estaba afectada por el chinkunguña, una dolorosa enfermedad transmitida por los mosquitos.


Secadero de cacao

   En su casa tropical nos esperaba su padre, Don Tito, cacaotero desde su juventud y ya jubilado, aunque para mí esto de ser cacaotero es como ser scout: "una vez cacaotero, siempre cacaotero". Y fue allí en su casa, entre mapas, mazorcas de cacao frescas, demostraciones, cata de chocolates y una agradable conversación, que pasamos unas horas de aprendizaje. Alrededor de esa mesa probamos por primera vez el mucílago, esa capa blanca y babosa que recubre las pepitas de cacao. Una delicia. Y yo que pensaba que era amarga.


Él es Don Tito
Y aquí la mazorca de cacao recién abierta y las pepitas diseccionadas

   La cita de hoy acabó con una grata comida a la que se unió la mama. Nosotras quedamos inmensamente agradecidas por el trato recibido y la experiencia vivida. Una experiencia que me llevó a jurarme a mí misma, cual Escarlata O' Hara en Lo que el viento se llevó, que nunca infravaloraría el chocolate ni a todas aquellas personas que se ganan la vida trabajando en una de esas insufribles plantaciones de cacao. Y que así sea.

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