jueves, 22 de octubre de 2015

Y al noveno día llegamos a Oaxaca, y se hizo el color

   Cabría pensar que México está todo el día de fiesta, pues cada vez que llegamos a un lugar nuevo, encontramos algún tipo de sarao montado que nos sorprende y apasiona. Así ocurrió en Cholula con los danzarines del norte del país (ignoro su nombre real, que me perdonen los expertos), en Oaxaca con los festejos del Cristo del Rayo y en San Cristóbal de las Casas con el Festival Cervantino Barroco. Sarao x 3 hacen un México más colorido y disfrutable, sin duda.



   Pero Oaxaca es mucho más especial que todo eso. En Oaxaca empezamos a ver chocolaterías, a oler a cacao y a probarlo. 




   Oaxaca es una ciudad extensa de casas bajas con un zócalo siempre bullicioso. Sin cesar, aparecen vendedores ambulantes ofreciéndote comida y cosas para ponerte: pulseras, elotes, vestidos, rebozos, tamales, etc. Oaxaca tiene varios mercados de artesanías, porque todo el estado es purito arte: en tejidos y bordados, pero también en cestería y hojalata, en figuras de barro negro o en huipiles bordados a mano (la camisa de forma cuadrada tan característica que llevaba siempre Frida). 






   Caminar por las calles del centro es un no parar de entrar en tiendas de artesanía donde todo lo quieres, ¡lo necesitas! Irse de aquí sin pecar y comprarte un camino de mesa tejido por manos expertas oaxaqueñas o un bolso de miles de colores hecho de finos hilos de plástico es un pecado mortal que pesará siempre sobre tu conciencia. 

   Nosotras, por si acaso, hemos pecado con profusión. Que no se diga.

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