Llegar a San Cristóbal de las Casas nos costó 11 horas en un autobús-avión (esta denominación os la explico otro día). Más que de Madrid a Miami, que se dice pronto. Y de noche: te subes a las 8 de la tarde y llegas a las 7am, nublado y húmedo. Así se puede entender que la primera impresión no sea muy positiva. Menos mal que pudimos entrar directamente a la habitación del hotel y dormimos unas horas.
Luego, según vas callejeando, te das cuenta de que es una preciosa ciudad de casas bajas y coloridas, con unos patios interiores que quitan el aliento, marcada por un pasado revolucionario que envuelve a todo el estado de Chiapas. Dicen que San Cristóbal es la capital cultural, así que continuamos disfrutando de tienda en tienda, de bordado en bolso, de cestillo en ámbar.
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Mujer chiapaneca con su típico peinado trenzado |
Dos iglesias retaron nuestras fuerzas, la más agotadora, la dedicada a San Cristóbal, patrón de los conductores. Aunque la más bonita estaba escondida, envuelta por cientos de puestecillos de artesanías.
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Ahí es na la jartá escalones |
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Iglesia de Santo Domingo, una de las máximas expresiones del barroco chiapaneco. |
Y como viene siendo habitual, por las tardes sarao al canto: hasta tres actuaciones seguidas todos los días. Vimos orquestas, canciones y bailes argentinos, música tradicional chiapaneca, con marimba y todo (como un xilófono, pero en grande y autóctono de la zona).
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Tres marimbas juntas sonando de miedo |
Una de las guindas del pastel fue el mercado de San Cristóbal, donde tienes que pedir permiso para fotografiar o directamente robar la instantánea. Y si te pilla la hora de comer, pues te paras en un puestecito y te echas unos tacos o unas quesadillas al buche y carretera y manta.
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Parte del mercado, con altar de Muertos al fondo |
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